GÉNESIS DE UN PROYECTO QUE SE HARÍA REALIDAD
SALMERÓN, TESTIGO DESDE EL PRIMER MINUTO
Antonio Salmerón ejerció de jefe de obra desde el primer día de trabajos en la construcción del estadio hasta su inauguración, en mayo de 2003. Participó en la edificación de la torre de control del aeropuerto de Gran Canaria, entre otros cometidos y, natural de Granada, se quedó aquí destinado por Dragados tras hacer el servicio militar.
Así recuerda los inicios: “Pedí los planos al ver la hondonada en la que habían estado echando tierra antes de que nosotros llegáramos. En 1999, no había cimentaciones ni nada. Aquello era un barranco y pertenecía a los Betancores. Eran campos de cultivo y allí había una presa. Nadie lo supo hasta que hicimos la excavación y la detectamos y tuvimos que sanear todo, además, de un túnel que era una galería para unir los barrancos y llevar las aguas de la presa. Hubo que cegar la galería. Era un pedazo de obra. Al ver el proyecto de Pedro Medina te vas dando cuenta de la magnitud de lo que nos esperaba”.
“Llegamos a tener a 800 personas trabajando. De empresas de encofrado y mano de obra, a cuatro empresas. En esa época había mucha falta de mano de obra porque había un boom de la construcción. Y tuvimos que traer a 36 obreros de Portugal, dirigidos por un capataz muy estricto, y que vivían allí mismo, en un campamento que tenían a pie de obra. Se trajeron hasta un cocinero propio y hacían unos platos de bacalao para chuparse los dedos. Al que no cumplía lo mandaban de vuelta rápidamente. Pero eran muy trabajadores”, añade.
Salmerón pone en valor la profesionalidad de todos y que hizo posible la materialización del proyecto: “El grupo de trabajo fue competente y comprometido. Desde los ferrallistas hasta el último peón. También los suministradores. Al coincidir en una época de muchas obras, tenías que ir haciendo una previsión porque igual no te llegaba. Uno de los grandes problemas era traer material de la Península, que podía tardar más... Se trajeron tres barcos de ferralla, porque aquí no se produce, de Grecia y de Turquía, con todos los requisitos legales y los ensayos correspondientes. No daba abasto el mercado nacional”.
Y de las rutinas, ejemplos que atestiguan lo peculiar de este encargo: “Las previsiones eran industriales. Para el hormigón, sin ir más lejos, se hacían previsiones de siete días. La producción de hormigón de media era de 400 metros cúbicos al día. Teníamos tres plantas de hormigón que se juntaron y no se podía parar y sin mezclar los hormigones, con tajos diferentes”.
“Se entraba a trabajar a las siete y ocho de la mañana, dependiendo de la tarea específica, y se salía, en teoría, a las seis de la tarde. Pero si estabas echando un hormigón, yo he llegado a salir de allí a la una o a las dos de la madrugada, con un encargado de que era de Tenoya y al que tenía que llevar yo a su casa porque no tenía coche. Si echas un muro, que lleva 300 metros cúbicos de hormigón, no puedes parar porque se te queda una junta fría. Eso es lo peor que te puede pasar. Hay que acabar la faena. Todos los muros que hicimos están a cara vista, no tienen ningún defecto. Solo el primer muro que se hizo, de 25 metros y que hubo que echarlo un sábado, salió con unos problemas que ya no se volvieron a repetir. Faltaba personal y albañiles no había, encofradores lo mismo. Y se pagaban sueldos tremendos y aún así escaseaban. Y que los suministros llegaran de la Península y del extranjero era un condicionante de igual manera. Al de aduanas de Dragados lo tenía frito. Todos los días llamándolo”.
Su implicación personal llegó a extremos “casi enfermizos”, como detalla en su impecable ejercicio de memoria precisa: “Entraba a las siete y llegaba a casa de madrugada. Hasta sábados y domingos. Había que estar allí. Y la satisfacción crecía cuando veías que la obra evolucionaba. Es como un hijo tuyo del tiempo, la pasión, el compromiso y la constancia que has de poner durante tantos meses. El día de la inauguración yo estaba sentado entre el público, junto a mi esposa, con dos emisoras y tres teléfonos. Como se empezó tarde, por el atasco originado, al ser de noche, hubo que dar corriente a las torres de iluminación. Teníamos corriente de Unelco y trajimos un grupo desde Fuerteventura por si fallaba Unelco. La torre 1 se encendió, pero la 2 fallaba, por la emisora lancé un alarido tal que los técnicos dijeron que o la ponían en marcha o yo era capaz hasta de matarlos...”.
“Nos dijeron que había que inaugurar el estadio y trabajamos para ello. Una hora antes del comienzo de la inauguración, quitamos todo el vallado para que la gente pudiera entrar. Es decir, hasta casi el último segundo estuvimos al pie del cañón. Pero cuando acabó el partido y se fueron los espectadores, cerramos la obra. Ese mismo día de madrugada me fui de vacaciones y ya no volví a la obra nada más que para recoger mis papeles. José Manuel Pérez, que era el gerente de la UTE, se quedó al cargo. Sí tengo una anécdota y es que me llevé al hospital Insular material que sobró del estadio. Unos adoquines sobrantes del estadio siguen en el Insular”, añade.
Admite que ser partícipe de este proyecto es una satisfacción que queda para siempre: “Para mí fue un orgullo estar en aquella época y en aquella obra. Y con el paso de los años y he sido requerido para volver para ayudar en problemas que hayan podido surgir no he puesto problema alguno.La obra que se hizo fue para toda la vida. Pedro Medina era muy duro en su trabajo y me parece bien. Todas las tierras que hay allí son compactaciones y puedo decir que a mí con Pedro Medina me dieron muchas madrugadas viendo la compactación. No se hacía un control. Se cribaba la tierra al detalle. Piedras de más de quince centímetros no se echó ninguna en capas de 20 y 25 centímetros. Si le preguntas a los vecinos, cada vez que los rodillos vibratorios empezaban, se notaba en todos los edificios colindantes y por todo Felo Monzón. Teníamos un rodillo de más de 40 toneladas. La seguridad era primordial. Hubo alguna incidencia mínima, de heridas típicas de las obras. Anecdótico. De clavarse algún clavo... Y eso que los trabajos eran muy arriesgados, como la colocación de la cubierta de la Tribuna. Las piezas vinieron desde Navarra en barco. La cubierta de dividió en seis secciones, todo apoyado sobre dos pilares que vienen desde abajo. Con una grúa en el campo y otra grúa fuera se levantó todo para que los montadores unieran las piezas. Se innovó en el encofrado, en solucionar problemas de encofrado”.
Antonio Salmerón ha sido testigo, con el paso de los años, de las modificaciones efectuadas: “Personalmente, no estoy de acuerdo con las reformas realizadas en el estadio como la supresión de las pistas de atletismo. Uno se lee el proyecto y se hablaba de un estadio olímpico. No sé si se acuerda la gente, cuando en el Centro Comercial de Siete Palmas se habilitó un estand para que se apuntaran a realizar todo tipo de actividad deportiva en el estadio y hubo muchísima aceptación. Atletismo, gimnasia, musculación, hasta para unas piscinas que se habían planeado... De hecho, mientras se desarrollaban las obras, se permitieron visitas de personas que querían ver cómo iban las obras. Colegios, federaciones, ciudadanos... ¿Las pistas? Con lo que sufrimos para ponerlas debidamente... Estaban homologadas. Las montó Mondo y el asfalto lo puso Lopesan y hubo que echar resina porque el error máximo que se podía tener era de un milímetro. Se hizo un sistema de impermeabilización que fue una obra de ingeniería tremenda...”.