GÉNESIS DE UN PROYECTO QUE SE HARÍA REALIDAD
LOS CIMIENTOS ORIGINALES DEL ARQUITECTO PEDRO MEDINA

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Los cimientos originales del
arquitecto Pedro Medina

Pedro Medina, isletero de la calle Guayadeque, su lugar de nacimiento en 1941, fue el arquitecto elegido para el proyecto original del nuevo estadio. Le avalaba su amplia experiencia como ideólogo de todos los equipamientos deportivos de Santa Lucía y la mayoría de San Bartolomé de Tirajana. “En el Cruce de Sardina hicimos un campo de fútbol, con las dimensiones de Maracaná, con unas pistas de atletismo y quedó muy bien. De hecho todavía se ejercitan allí, pasados los años, muchas selecciones nacionales, lo que habla muy bien de la instalación. Cuando se inauguró, Gonzalo Angulo me preguntó qué costaría ponerle gradas a un recinto similar, con la idea de hacer algo igual para la UD. Hice un estudio y concluí que la capacidad de las gradas tendría que ser para 30.000 personas. Me salió una valoración de unos 3.000 millones de pesetas”, detalla.

A partir de esa primera toma de contacto, Medina recorre “media Europa”, incluyendo una pormenorizada ruta por España, viendo estadios: “Real Madrid, Barcelona, Real Sociedad, Sevilla, La Cartuja. Luego Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania... De todos los que vi, el que más me gustó fue el de Eindhoven. Era el ideal porque está integrado en el conjunto de la población que está en su entorno, urbano y que se utiliza diariamente y que dentro hay equipamientos que le hacen estar vivo las 24 horas, con la consiguiente rentabilidad social. Sin descuidar la faceta financiera con palcos de empresa que son un pulmón financiero, idea que, junto con el restaurante panorámico, que también tenía esa estadio, se extrapoló para el Estadio de Gran Canaria, lo que conllevó un aumento presupuestario”.

Angulo le dijo que hiciera los planos y que ya se atendería un posible incremento en los dineros destinados a la nueva construcción. El día que se colocó la primera piedra, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Macías (“que llegó un poco tarde”), le pidió explicaciones acerca del proyecto y le cuestionó sobre su satisfacción con la obra: “Le dije que faltaban esos pequeños retoques que le había trasladado a Angulo. Incluso le dije que él ni había podido aparcar, que hacían falta esas mejoras aunque eso supusiera invertir el doble de lo inicialmente estipulado. Porque los aparcamientos estaban proyectados pero no presupuestados”.

La conclusión a la que llegó Macías, en una reunión improvisada sobre el terreno con Carmelo Ramírez y Gonzalo Angulo, fue que “o se hacía bien o no se hacía”, lo que abrió la puerta a la revisión de todo lo ideado para incluir las variaciones que Pedro Medina estimaba. Se necesitaba el visto bueno de la empresa adjudicataria, Dragados y Construcciones, pues el incremento sobrepasaba el 20% de lo estipulado en los Presupuestos Generales del Estado, algo que no fue obstáculo. A él le correspondió la dirección de obras en el movimiento de tierras, muros, graderío y la estructura de los edificios. Para las pistas de atletismo, cursó visita al entonces presidente federativo Bruno González para ser asesorado al respecto y ya le surgió la idea, hoy ejecutada, de poder centralizar todas las federaciones insulares en el estadio.

“En la ordenación se recogieron dos campos de fútbol más, dos pistas de atletismo, por si surgía un evento se dispusiera de una superficie de entrenamiento. La misión de un arquitecto es construir y, en mi caso, por el estadio, la satisfacción no puede ser mayor. Convencí a Angulo de que podíamos sanear el barranco de Siete Palmas, sacar las tierras malas y cimentar y consolidar bien. En mi formación aprendí bien a compactar y, luego ya en mi posterior labor profesional en Vecindario, perfeccioné todos mis conocimientos al respecto. No podíamos fallar en un centímetro. Ese control lo llevé yo. De hecho, no ha aparecido ninguna grieta. No impacta en el entorno tampoco, porque está hundido como los teatros griegos, la evacuación es perfecta, y la visibilidad es envidiable”, insiste.

Dos años de su vida dedicó al estadio (“nos daban las diez de la noche a Salmerón y a mí, incluyendo sábados, domingos y festivos”) y sus trabajos trascendieron el ámbito regional: “Por la perfección en los muros, vinieron hasta profesionales encofradores de Madrid porque no se creían lo que habíamos hecho. Hay que rotar a los operarios y, previa consulta con Sanidad, darles leche para que no se intoxicaran con los gases del hormigón”.

Sin afán de protagonismo (“siempre me gustó pasar desapercibido y, de hecho, ni estuve en la inauguración del estadio”), reconoce que tiene “como una satisfacción personal” su papel en la edificación del coliseo de Siete Palmas.