GÉNESIS DE UN PROYECTO QUE SE HARÍA REALIDAD
EL SELLO DE GONZALO ANGULO

Génesis de un
proyecto que
se haría realidad

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El sello de
Gonzalo Angulo

Imposible referirse a la historia y desarrollo del proyecto del Estadio de Gran Canaria sin considerar la figura de Gonzalo Angulo, consejero de Deportes del Cabildo de Gran Canaria durante doce años (1991-2003), ciclo que abarcó, de principio a fin todo el proceso de construcción del recinto, desde los primeros movimientos de tierras en lo que era un barranco en Siete Palmas hasta el corte de la cinta que inauguraba una obra sin precedentes en Canarias por su magnitud y trascendencia.

Angulo hace una contextualización, con su llegada al cargo y la nueva política implantada en la gestión del deporte en la Isla, que considera ineludible no sin antes recalcar su opinión de que “el estadio no se puede mirar solo como un simple edificio, pues se pierde mucha dimensión”.

“Yo llegué a la Consejería de Deportes en el año 1991 tras una moción de censura y que pretendió abrir en todos los campos, incluyendo Deportes, un nuevo ciclo. Al llegar se me pide que haga un diagnóstico de lo que me encuentro. Y detecto que faltan herramientas organizativas, de ahí que al poco tiempo emprendiera el proyecto del Instituto Insular de Deportes, tampoco había planes para tener una visión global y estructurada de nuestro deporte. Elaborar una herramienta y que permitiera generar y ejecutar planes específicos fue la prioridad que tuve en ese momento. La dotación humana, con personal cualificado, para el Instituto le convirtió en el primer equipo de gerencia deportiva de Canarias. Con ese Instituto Insular de Deportes se promovieron reuniones y análisis para extraer conclusiones acerca de las necesidades y retos de nuestro deporte”, relata.

E insiste en la misma línea: “Sin proyectos y con obras inacabadas, tuvimos que buscar un modelo organizativo y de gestión. Deportes, cuando yo llego, era un piso en una planta de un edificio anexo al Cabildo. Fue a partir de ahí cuando hubo que crear equipo, crear organismo y crear proyecto”.

Y, ya en materia, se explaya: “¿Por qué el nuevo estadio? Era una asignatura pendiente del Cabildo que, todavía en las últimas legislaturas antes de la democracia, había diseñado un concurso de adquisición de terrenos para la actual zona de Siete Palmas. Fue un concurso que recibió ofertas de terrenos disponibles por parte de los Betancores, la familia propietaria de los mismos. El concurso resultó fallido porque, al final, los propietarios retiraron su oferta original. Todo sucedió, creo recordar, bajo el auspicio de Lorenzo Olarte, quien también renunció a un expediente de expropiación, que podría haber sacado adelante”.

Angulo prosigue: “Los Betancores entraron, posteriormente, en quiebra y el proceso de quiebra actúa como un paraguas de esos terrenos, pues los saca del mercado. Congeló y reservó la superficie concebida originalmente para ubicar el nuevo estadio. Y el Cabildo acabó no pagando nada por esos terrenos, que fueron cedidos de manera gratuita. Porque, en el proceso de urbanización de Siete Palmas, a la administración pública se le deja, por así decirlo, la peor parte, que es el barranco, de ahí mi reconocimiento al arquitecto Pedro Medina por su proyecto de estadio en el que se adapta de manera natural al terreno, con nulo impacto paisajístico y perfecto aprovechamiento de la orografía. La cesión al Cabildo de esos terrenos correspondió al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria”. Su intervención, según sus propias palabras, resulta de fundamental impulso para materializar una vieja aspiración que se había aparcado: “Cuando llego al Cabildo, con Pedro Lezcano al frente, encontramos totalmente paralizado el proyecto de ejecución del estadio y por cuestiones internas desagradables y acusaciones que tampoco vienen al caso. Llevaba congelado, como había dicho, desde hacía muchísimos años, desde los setenta, porque, incluso, no se aprovechó la fuerza que se dio con la celebración de un Mundial de Fútbol en España en 1982”.

“Con la herramienta del Instituto Insular de Deportes articulamos un plan específico para el estadio. Y planteamos un proyecto de estadio polivalente, que fuera polo de atracción internacional de todas las modalidades. Claro que antes nos propusimos finalizar instalaciones pendientes de mejoras, caso del polideportivo de Las Remudas, que se había convertido en una nave llena de jeringuillas y basura, Martín Freire... Todo, dentro de un plan detallado y jerarquizado por y para nuestro deporte. Una política de deporte para todos, tanto profesional como amateur, capitalino y del interior, una lógica en las ayudas y subvenciones... Y ahí, en nuestra hoja de ruta, también estaba el estadio”, matiza.

Y la toma de decisiones y solución, sobre la marcha, de inconvenientes ya estuvo, tras la fase inicial, a la orden del día: “Elegimos a Pedro Medina para elaborar el proyecto del estadio por su amplia experiencia en instalaciones deportivas. El terrero de lucha de Santa Lucía tenía, por ejemplo, además, sentido común, como se demostró en la solución arquitectónica que propuso, con un relleno que, precisamente, se hizo con terrazos cedidos por los Betancores. Los primeros contactos con Medina fueron en torno al año 1992. Las compactaciones y primeros movimientos de tierra contaron con un presupuesto de unos 200 millones de pesetas. Con la autorización municipal correspondiente, se empezaron los trabajos. Concurso de obras, primer proyecto, que en seguida vemos que resulta insuficiente. Siendo consejero de Deportes, y con el proyecto del nuevo estadio en marcha, sucede un acontecimiento colateral de suma importancia que no se puede obviar: las notificaciones que recibo de la Delegación del Gobierno, por parte de Anastasio Travieso, denunciando los incumplimientos en materia de seguridad del Insular. Era obvio que estaba fuera de la normativa exigida. La Delegación avisaba, de esta manera, al Cabildo de que en el caso de que pasara algo, le derivaría la correspondiente responsabilidad”, detalla.

Un factor, eso sí, fue propicio y, a la vez, vital para blindarse a imponderables. Así lo explica: “Nos acompañó la normalidad política durante las legislaturas de Pedro Lezcano, José Macías y María Eugenia Márquez. Se sabe que en la política es frecuente el arte de la apropiación, pero no fue el caso con el estadio. Pudimos trabajar con normalidad durante todos los años que comportaron las obras. El Cabildo venía de una etapa de recesión que dejó atrás luego de transferir la parte hospitalaria al Estado y en la década de los noventa tuvo mayor capacidad financiera y recaudatoria. Con el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria tampoco hubo controversia alguna”.

Angulo redunda en la estricta fiscalización de todo: “Contratamos una empresa de control externo, Euroestudio, para supervisar a los contratistas y fiscalizar el funcionamiento de todo. Y siempre tuvimos en cuenta y respetamos el carácter multidisciplinar del estadio, que contemplaba una Ciudad Deportiva anexa. No era la obra de un arquitecto. Había un equipo integrado de especialistas deportivos. Con la colocación de la primera piedra, con el inicio formal de las obras, se rompió una inercia de décadas. Creo que se mostró de la mejor manera que Gran Canaria había madurado en su capacidad de gestión. Eso se vio reflejado en una obra tan monumental y compleja como la del estadio”.

“Tuvimos que enfrentar problemas serios como la falta de mano de obra cualificada. Y de hecho se trajeron operarios de fuera. Lo importante era, por encima de todo, mantener el espíritu del proyecto, que además se ejecutó con un timing razonable. Todos los incrementos presupuestarios siguieron la tramitación jurídica correspondiente y añado que las arcas del Cabildo jamás se vieron afectadas porque se contó con un crédito a bajo interés del Banco Europeo de Inversiones”, precisa.

Angulo huye de protagonismos pese a su rol vertebral y reparte méritos entre el equipo de trabajo que formó y al que dio vuelo: “No me considero el padre del estadio porque, insisto en mi tesis, fue un trabajo colectivo de muchos profesionales, todos cualificados en sus respectivas áreas. Sin la labor coordinada del Instituto Insular de Deportes no hubiese sido posible. Recuerdo que en el día de la inauguración, en el partido ante el Anderlecht, bajamos al césped María Eugenia Márquez, Román Rodríguez y yo y hubo una pitada, no sé si dirigida o no. En ese momento dije ‘se nota que estamos en Gran Canaria’. A veces no se valora lo que se tiene y tuve ese sentimiento”.

“Del intento de patrimonializar el estadio y reformas posteriores que se han hecho prefiero ni opinar porque, por poner un ejemplo concreto, con la supresión de las pistas de atletismo se cargaron todo el sistema de drenaje que se instaló. Pero comprobar la validez de la construcción, su vigencia y uso es algo que queda como satisfacción compartida con todos los que tuvimos que ver con nuestra aportación a la construcción de una obra que es y seguirá siendo referencia”, concluye.