GÉNESIS DE UN PROYECTO QUE SE HARÍA REALIDAD
ÑITO, IMPULSOR INFATIGABLE
El arquitecto Guillermo Ortego (Madrid, 1946) fue el encargado de asumir el proyecto a mitad de tránsito y tras la dimisión de su homólogo Pedro Medina. Vinculado a la construcción deportiva en Gran Canaria desde los inicios de la Ciudad Deportiva de Martín Freire, instalación en la que intervino en sus primeras remodelaciones en las pistas de atletismo, también repitió en una acción similar en El Hornillo y diseñó el campo de hockey de Siete Palmas, entre otros cometidos en la geografía isleña, pues fuera del Archipiélago, el estadio del Granada, sin ir más lejos, lleva su firma.
“Había conocido a Ñito en un congreso en Zaragoza y al consejero Gonzalo Angulo en un curso que había impartido yo y al que me sorprendió que acudiera. Ñito contactó conmigo y me dijo si me atrevía a coger las riendas del proyecto. Inmediatamente me metí en un avión para Gran Canaria. Del estadio estaba haciéndose la parte baja de la estructura, parte de la cimentación, el anillo y poco más. Me llevaron los técnicos del Instituto Insular de Deportes a ver todo”, rememora.
Y con precisión detalla qué le pidieron de manera más insistente: “Que el proyecto fuera lo más funcional y económico posible. Lo de funcional era más complicado al estar las obras avanzadas. Por ejemplo, yo hubiese puesto los vestuarios debajo de la Tribuna y no en un fondo. Pero, al menos, cambié el parking, modifiqué la cubierta, el palco de autoridades, los vestuarios, accesos, sistemas de entrada... Y para ganar rapidez y agilidad puse la oficina a pie de obra. Éramos unas diez personas entre todos los profesionales y así se mantuvo hasta el final de la ejecución de la obra. Dragados montó su propio equipos de dieciséis”.
La perfecta coordinación entre el equipo profesional de Ortego y Dragados resultó de vital importancia para el desarrollo normal de los trabajos: “Dividimos la obra en cuatro apartados. No teníamos toda la documentación y, sobre la marcha, desarrollábamos los planos. Dragados me mandaba sus necesidades y cada día teníamos que ir resolviendo todo. Hubo picos de hasta 1.000 personas trabajando y facturando 6 millones de euros. Para las estructuras de hormigón trajimos a especialistas portugueses, que se alojaron en una nave que se les construyó a modo de hotel”.
Ortego reconoce que “al ser una obra gestionada por el Cabildo, necesitaba licencia de obra y hubo pegas urbanísticas de acuerdo con algunas ordenanzas”, si bien admite que “por una cuestión de prioridad” desde el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria “se aprobó todo en tiempo y forma, aunque implicaran cambios”, para no detener la actividad.
Por encima de cualquier otra consideración, Ortego mira para atrás y se queda con el patrimonio humano que conformó esta instalación emblemática e histórica: “No he vuelto a encontrar unos colaboradores y trabajadores tan unidos e implicados como los que tuvimos allí. Leonardo Benítez, que era mi segundo, controlaba la dirección de ejecución y nos compenetrábamos de maravilla, al igual que con la gente de Euro-Estudios Asesores, que eran de Madrid y tampoco tenían a su familia aquí. Y con la propiedad, con el Cabildo, con Ñito como coordinador y al cargo de las tres personas de su equipo, el entendimiento fue total. Todos los meses convocaba actos para que se hicieran visitas, con voluntarios de guías, para acercar el estadio a la gente, algo que me pareció una iniciativa muy buena. Ñito era como un reloj en todo. Y Dragados, con José Manuel Pérez como delegado, y Antonio Salmerón, igual. Una suerte tremenda ese clima que se generó y que, en muchos casos, derivó en amistades personales y que se conservan pasados los años”.
“Siempre subyació el problema económico porque, desde el origen, no había suficiente dinero o eso parecía. Eso sí, toda la inversión realizada está certificada, hasta la última peseta que se puso. Llegó un momento en el que se estableció un límite de gasto y, de ahí, que no fueran posibles los edificios perimetrales previstos. Hotel, residencia, piscinas cubiertas... Se privilegió lo fundamental. Por fortuna, la empresa constructora realizó un trabajo impecable, meticulosa al máximo. José Manuel Pérez, uno de los jefes de Dragados, ordenaba tirar un pilar si veía la más mínima deficiencia... En lo que nos correspondió a nosotros, las terminaciones fueron inmejorables además de contar con buenos materiales. Me quedo con los acabados en los hormigones. Las gradas son prefabricadas, todas son distintas y se hicieron in situ, se pulieron. Fue un trabajo completo, cuidado y muy profesional por parte de todos”.